martes, 17 de agosto de 2010

EL PADRE KOLBE, DISCIPULO DE CRISTO Y CABALLERO DE LA INMACULADA

“Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas
soportó la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron del Señor la vida sempiterna. Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor.” San Francisco de Asís (Adm. 6)

Maximiliano María Kolbe, fue sin duda alguna, una oveja que siguió a su pastor en la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello ha recibido del Señor la vida sempiterna. En otras palabras, fue un verdadero discípulo de Cristo.
Hablar de los santos hoy, es ponerse en la tarea de entrever lo que verdaderamente hay detrás de sus vidas, porque se puede caer en el error de atribuirle a ellos, la obra que únicamente puede ser del Espíritu Santo. Por tanto, si comprendemos que quien santifica es Dios y no los hombres, entonces podremos comenzar a procurar descubrir que Dios actúa también en cada uno de nosotros, porque Él nos ama y nos bendice con un don precioso: su Gracia.

En mi experiencia como acompañante espiritual de la Milicia de la Inmaculada, he podido constatar como Dios nos sigue hablando a nosotros, sus hijos, en nuestro propio lenguaje, y a través de personas comunes y corrientes, que desde su ser mismo, han sido capaces de tener a Dios en su corazón como la única prioridad en sus vidas; este es el caso de san Maximiliano Kolbe, quien con su profunda experiencia de auténtica vida cristiana y franciscana, habla continuamente a los miembros de su asociación de fieles católicos M.I, y también a todos nosotros que nos decimos cristianos, animándonos a continuar trabajando por la salvación de los hombres y mujeres de hoy, partiendo de un serio compromiso personal frente al propio camino de conversión, esto no es una cosa distinta a la de ser hombres y mujeres evangelizados, pues solamente desde allí, podremos ser evangelizadores.

Ahora bien, el padre Kolbe nos ha dejado una tarea muy importante frente al compromiso evangelizador: tener un corazón limpio y dispuesto a obedecer la voluntad de Dios como deber vital de todo cristiano; frente a esto último, María, nuestra Madre Inmaculada, es modelo perfecto, y Maximiliano así lo entendió y lo vivió. Pero no basta con la buena voluntad, es necesario aprender a leer los signos de los tiempos, como bien nos lo ha recordado el Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes, y por tal razón este santo conventual nos recuerda que es prioritario echar mano de las herramientas actuales como: los medios de comunicación (TV, Radio, Internet), las artes como: la música, la pintura, el teatro, y también la capacidad de vincular las profesiones de cada uno al proyecto evangelizador, de esa forma el mismo trabajo o estudio, es una campo magnífico para hablar de Dios.

Para concluir con este pequeño artículo sobre el padre Kolbe, diré que, este hombre entendió a la perfección lo que quiere decir, vivir en el espíritu, porque experimentó en lo profundo de su corazón el Amor primero de Dios, y así lo escribe en una de sus cartas:
¿Quién hubiera osado suponer que tú, oh, Dios infinito, eterno, me amaste desde los siglos, y hasta antes de los siglos? Porque me amas desde el momento que existes como Dios: ¡Me amaste entonces, y me amarás siempre! ... ¡Cuando todavía no existía, ya me ambas, oh Dios de bondad, me has llamado de la nada a la existencia! … (…) 1.

Por lo mismo comprendió que no existe un mediador entre Dios y los hombres distinto de Cristo Jesús el Señor, porque si es Dios quien toma la iniciativa en el diálogo (la oración), y Cristo es la Palabra del Padre, Él únicamente es capaz de comunicarnos a Dios y de comunicarle a Él nuestras palabras. Por eso dice Kolbe en otro apartado: ¡Oh Dios de amor, me has rescatado de manera terrible, pero magnánima! 2 … Cristo nos conoce profundamente, y aún así, quiso rescatarnos porque somos también por Él, hijos adoptivos de Dios.
Pero la posibilidad de llegar a una relación íntima con Cristo sólo es posible gracias a la acción del Espíritu Santo. También esto lo tenía claro Maximiliano, y da cuenta de ello cuando escribe que: “El Espíritu Santo, concede sin cesar a cada uno buenas inspiraciones” y a propósito de dicha inspiración afirma: “es una gracia que hay que rodear de mucha solicitud, porque suele ser discreta y frágil. Si nuestro corazón está distraído, no demora mucho en retirarse; más, a medida que le dedicamos nuestra atención, da muchos frutos.”3

Fruto del Espíritu Santo es el encuentro del padre Kolbe con María. Esta experiencia inspiradora, se ve reflejada en sus escritos, en los cuales se puede leer lo siguiente: “Sólo el Espíritu puede hacer conocer a su esposa, a quien quiera y como quiera”, y en otra parte también alude al vínculo estrecho entre María y el Espíritu Santo diciendo: La unión entre el Espíritu Santo y la Inmaculada es tan estrecha que el Espíritu Santo, que ha penetrado en las profundidades del alma de la Inmaculada, no ejerce ningún influjo sobre las almas, si no es por su mediación. (SK 1224, P. 2149). 4
La experiencia del Padre Kolbe con María es esencialmente pneumatológica, María es lo que es por el Espíritu Santo, a quien ella supo escuchar, acoger, meditar y finalmente reflejar en su vida ante los ojos del mundo el obrar de Dios a través de los hombres y mujeres, siempre y cuando éstos estén dispuestos a la acción de su Santo Espíritu. María Inmaculada, esposa del Espíritu Santo, por su relación íntima y profunda con Dios, nos muestra claramente el camino que conduce al encuentro con el Bien, el sumo Bien el Bien total, el Amor mismo, el sentido primigenio y último de todo lo viviente.
Que sea pues nuestro Padre Celestial, quien a través de su Hijo Jesucristo nuestro Señor, y por la gracia del Espíritu Santo, nos lleve a vivir siempre buscando los bienes espirituales, asumiendo siempre el reto de llevar a muchos corazones el mensaje salvífico de su Evangelio, teniendo siempre presente a la Virgen María como ejemplo supremo de virtudes y a san Maximiliano como aquel que supo dejar actuar a Dios en su vida y hacer las obras, a través de Ella.

Hno. Daniel Andrés Bohórquez Galvis Ofm Conv.

Notas:
1. Louvencourt, Jean – François. San Maximiliano Kolbe amigo y doctor de la oración. (Roma, Centro Internacional “Milicia de la Inmaculada”, 1998.). Primera edición en español: 2001. P. 22.
2. Ibíd. P. 23.
3. Ibíd. P. 24.
4. Ibíd. P. 25

jueves, 17 de junio de 2010

LLAMADOS A LA SANTIDAD

Sed santos, pues YO el Señor soy santo (Lv. 19,2)

El primer relato de la creación del libro del Génesis, narra cómo Dios crea al ser humano a su imagen y semejanza, el hombre es presentado como culmen de la creación. En el segundo relato (quizá más antiguo, de tradición Yavista), se presenta a Dios como un alfarero, que con delicadeza forma con sus manos al ser humano y luego sopla su aliento (Ruah, en hebreo). Mucho ha sido dicho de estos textos, pero centremos nuestra atención en algo particular a los dos relatos.

En ellos se puede descubrir a un Dios cercano, que detie
ne su mirada en el ser humano y lo colma de una gracia tan sublime, la cual los escritores sagrados saborean y pintan en sus relatos con palabras como: “y dijo Dios, hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, … y tomó Dios polvo de la tierra y formó al hombre … luego sopló en sus narices…”(Gn. 1-2). Quien pinta con palabras esto, sabe que tiene un Dios grande y poderoso, creador de todo, santo, perfecto, pero descubre que siendo nosotros sus criaturas, llevamos en nuestro ser, pues así lo dispuso él, su imagen y semejanza, su Ruah que nos mueve.

Así pues, podemos leer con esta lupa el texto del Levítico, en el cual se llama al pueblo a la santidad. Tal llamado es imperativo “sed santos”, pues estamos capacitados para hacerlo. El Señor no exige algo que exceda nuestras fuerzas, nos pide ser lo que somos, su imagen y semejanza, nos pide actuar según su voluntad y para eso nos da su aliento. Ante esto no podemos excusar nuestra vida de pecado en la fragilidad humana, si bien, somos barro, es decir debilidad, no por ello somos pecado.

Somos fragilidad insuflada de fuerza (Ruah), somos polvo de la tierra moldeados
a su imagen y semejanza, que cediendo a la tentación caemos en pecado y desfiguramos lo que en esencia somos. Para recordarnos su amor y motivarnos a volver a él, nos ha enviado a su Hijo, en quien se ha dado la unión de lo humano con lo divino. En su encarnación, hemos podido contemplar, que Dios tiene un rostro, no parecido al nuestro, sino que nuestro rostro se parece al de Dios, pues así nos ha moldeado. De esta manera, ya no podemos decir que el llamado a la santidad sea el susurro de Dios a unos cuantos elegidos, sino el grito penetrante a vivir como somos, imagen y semejanza de un Dios que es amor.

En el cuarto evangelio (Juan), se repite el acto creador y, Cristo resucitado sopla sobre sus discípulos el Espíritu Santo, quien ha sido enviado para que nunca olvidemos lo que somos y nos conduzca hasta el Padre. A lo largo de ocho siglos, nuestra Orden de Hermanos Menores Conventuales, ha querido mostrar al mundo la grandeza de ser humanos, distinguiéndose entre nuestros hermanos grandes santos que en su teología y su vida nos han enseñado el valor supremo de vivir nuestro ser de criatura con alegría y responsabilidad, pues somos imagen y semejanza del Sumo Bien.

Al mirar la vida de tantos hombres y mujeres de nuestra
gran familia franciscana, debe surgir en quien emprende el seguimiento del señor en esta orden, una gran responsabilidad frente al proceso personal de conversión, pues somos herederos de un gran legado de santidad, por esto, es muy – vergonzoso que nos conformemos con solo narrar las grandezas de nuestros santos hermanos – (Cf. Adm. 6). Todos los días debemos comenzar de nuevo, como nos dice nuestro padre Francisco. Todos los días debemos revisar nuestra vida y no permitir que nuestros pasos se desvíen de la senda de la paz y el bien; María inmaculada, modelo de humanidad nos acompañe en este caminar hacia la cristificación. Fr. Sidifredo Chaparro OFMConv.

jueves, 20 de mayo de 2010

¿POR QUÉ CONVENTUALES?

Los Franciscanos Conventuales somos la Orden de Hermanos Menores fundada por San Francisco de Asís en 1209, que, ocho siglos después, queremos ser instrumentos de paz y de bien allí donde nos encontramos, con un estilo de vida sencillo y humilde, al mismo tiempo que comprometido y testimonial

Desde su fundación, los rasgos que definen a los hermanos menores conventuales son: la fraternidad y la igualdad de sus miembros en una sociedad de desiguales o "mayores"; la 'desapropiación' o pobreza evangélica de quien tiene a Dios como único tesoro y Señor frente a una sociedad apoyada en la riqueza; la 'minoridad' como reverente actitud ante toda criatura; el amor filial y obediente a la Iglesia de Roma; la itinerancia, actitud de éxodo y peregrinación, como 'forasteros y peregrinos', sin la estabilidad del monje; la vida en contacto con el pueblo por el trabajo en el oficio que se conoce; la predicación penitencial, más con el ejemplo de vida que con la palabra; el apostolado misionero con un talante ecuménico e integrador; la autoridad como servicio (donde los superiores son 'ministros', servidores y guardianes de la fraternidad).

Desde el mismo siglo XIII se añadió la denominación de conventuales a la de franciscanos, para expresar su estilo de vida y de apostolado. Sólo mucho más adelante, el apellido conventuales se usa para distinguirlos de los observantes y de las otras reformas que surgen en la primera Orden. (Fr.Valentin Redondo OFMConv. "Los franciscanos conventuales en Colomia. Roma. 2005")