sábado, 14 de mayo de 2011

MENSAJE DEL PAPA PARA LA JORNADA DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

Queridos hermanos y hermanas

La XLVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones que se celebrará el 15 de mayo de 2011, cuarto Domingo de Pascua, nos invita a reflexionar sobre el tema: Proponer las vocaciones en la Iglesia local. Hace setenta años, el Venerable Pío XII instituyó la Obra Pontificia para las Vocaciones Sacerdotales. A continuación, animadas por sacerdotes y laicos, obras semejantes fueron fundadas por Obispos en muchas diócesis como respuesta a la invitación del Buen Pastor, quien, “al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”, y dijo: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-38).

El arte de promover y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de referencia en las páginas del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos a seguirle y los educa con amor y esmero. El modo en el que Jesús llamó a sus más estrechos colaboradores para anunciar el Reino de Dios ha de ser objeto particular de nuestra atención (cf. Lc 10,9). En primer lugar, aparece claramente que el primer acto ha sido la oración por ellos: antes de llamarlos, Jesús pasó la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12), en una elevación interior por encima de las cosas ordinarias. La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración que se eleva al “Señor de la mies” tanto en las comunidades parroquiales, como en las familias cristianas y en los cenáculos vocacionales.

El Señor, al comienzo de su vida pública, llamó a algunos pescadores, entregados al trabajo a orillas del lago de Galilea: “Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19). Les mostró su misión mesiánica con numerosos “signos” que indicaban su amor a los hombres y el don de la misericordia del Padre; los educó con la palabra y con la vida, para que estuviesen dispuestos a ser los continuadores de su obra de salvación; finalmente, “sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1), les confió el memorial de su muerte y resurrección y, antes de ser elevado al cielo, los envió a todo el mundo con el mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,19).

La propuesta que Jesús hace a quienes dice “¡Sígueme!” es ardua y exultante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del Evangelio: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24); los invita a salir de la propria voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35).

También hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de Jesús, a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a encontrarlo en los sacramentos; quiere decir aprender a conformar la propia voluntad con la suya. Se trata de una verdadera y propia escuela de formación para cuantos se preparan para el ministerio sacerdotal y para la vida consagrada, bajo la guía de las autoridades eclesiásticas competentes. El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada, y la Iglesia “está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales” (JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 41). Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por “otras voces” y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debería de asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir “sí” a Dios y a la Iglesia. Yo mismo los aliento, como he hecho con aquellos que se decidieron ya a entrar en el Seminario, a quienes escribí: “Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio tecnológico del mundo y de la globalización, seguirán teniendo necesidad de Dios, del Dios manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera, y tener presentes y operativos los criterios de una humanidad verdadera” (Carta a los Seminaristas, 18 octubre 2010).

Conviene que cada Iglesia local se haga cada vez más sensible y atenta a la pastoral vocacional, educando en los diversos niveles: familiar, parroquial y asociativo, principalmente a los muchachos, a las muchachas y a los jóvenes -como hizo Jesús con los discípulos- para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en la oración personal y litúrgica; para que aprendan la escucha atenta y fructífera de la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras; para que comprendan que adentrarse en la voluntad de Dios no aniquila y no destruye a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí mismos; para que vivan la gratuidad y la fraternidad en las relaciones con los otros, porque sólo abriéndose al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría y la plena realización de las propias aspiraciones. “Proponer las vocaciones en la Iglesia local”, significa tener la valentía de indicar, a través de una pastoral vocacional atenta y adecuada, este camino arduo del seguimiento de Cristo, que, al estar colmado de sentido, es capaz de implicar toda la vida.

Me dirijo particularmente a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado. Para dar continuidad y difusión a vuestra misión de salvación en Cristo, es importante incrementar cuanto sea posible “las vocaciones sacerdotales y religiosas, poniendo interés especial en las vocaciones misioneras” (Decr. Christus Dominus, 15). El Señor necesita vuestra colaboración para que sus llamadas puedan llegar a los corazones de quienes ha escogido. Tened cuidado en la elección de los agentes pastorales para el Centro Diocesano de Vocaciones, instrumento precioso de promoción y organización de la pastoral vocacional y de la oración que la sostiene y que garantiza su eficacia. Además, quisiera recordaros, queridos Hermanos Obispos, la solicitud de la Iglesia universal por una equilibrada distribución de los sacerdotes en el mundo. Vuestra disponibilidad hacia las diócesis con escasez de vocaciones es una bendición de Dios para vuestras comunidades y para los fieles es testimonio de un servicio sacerdotal que se abre generosamente a las necesidades de toda la Iglesia.

El Concilio Vaticano II ha recordado explícitamente que “el deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana” (Decr. Optatam totius, 2). Por tanto, deseo dirigir un fraterno y especial saludo y aliento, a cuantos colaboran de diversas maneras en las parroquias con los sacerdotes. En particular, me dirijo a quienes pueden ofrecer su propia contribución a la pastoral de las vocaciones: sacerdotes, familias, catequistas, animadores. A los sacerdotes les recomiendo que sean capaces de dar testimonio de comunión con el Obispo y con los demás hermanos, para garantizar el humus vital a los nuevos brotes de vocaciones sacerdotales. Que las familias estén “animadas de espíritu de fe, de caridad y de piedad” (ibid), capaces de ayudar a los hijos e hijas a acoger con generosidad la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada. Los catequistas y los animadores de las asociaciones católicas y de los movimientos eclesiales, convencidos de su misión educativa, procuren “cultivar a los adolescentes que se les han confiado, de forma que éstos puedan sentir y seguir con buen ánimo la vocación divina” (ibid).

Queridos hermanos y hermanas, vuestro esfuerzo en la promoción y cuidado de las vocaciones adquiere plenitud de sentido y de eficacia pastoral cuando se realiza en la unidad de la Iglesia y va dirigido al servicio de la comunión. Por eso, cada momento de la vida de la comunidad eclesial –catequesis, encuentros de formación, oración litúrgica, peregrinaciones a los santuarios- es una preciosa oportunidad para suscitar en el Pueblo de Dios, particularmente entre los más pequeños y en los jóvenes, el sentido de pertenencia a la Iglesia y la responsabilidad de la respuesta a la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada, llevada a cabo con elección libre y consciente.

La capacidad de cultivar las vocaciones es un signo característico de la vitalidad de una Iglesia local. Invocamos con confianza e insistencia la ayuda de la Virgen María, para que, con el ejemplo de su acogida al plan divino de la salvación y con su eficaz intercesión, se pueda difundir en el interior de cada comunidad la disponibilidad a decir “sí” al Señor, que llama siempre a nuevos trabajadores para su mies. Con este deseo, imparto a todos de corazón mi Bendición Apostólica.

Vaticano, 15 noviembre 2010

BENEDICTUS PP. XVI




jueves, 24 de marzo de 2011

VISITA A LAS FRATERNIDADES DE COLOMBIA

Con sumo gusto comparto algunas impresiones sobre mi reciente visita a las fraternidades de nuestra Custodia provincial de Colombia.

Lo primero que quiero proclamar es que la vida religiosa, nuestra vida evangélica de Hermanos Menores, es del Señor, es una llamada exclusivamente suya, y allá donde uno vaya reconoce los signos de la obra de Dios a través de ella, encarnada en hombres pobres y pecadores como somos cada uno de nosotros. Sea América Latina, igual que en Europa, hay signos de identidad que hablan de forma inequívoca. La pregunta está escondida en lo hondo del corazón y la respondemos con la vida o la evitamos: ¿a Quién pertenecemos, por Quién estamos poniendo en juego nuestras vidas; por Quién madrugamos cada mañana?...

Las fraternidades de nuestra Custodia me son ya familiares, porque conozco a todos los hermanos desde hace años, su misión, sus afanes de evangelización; a varios de los jóvenes frailes, los he visto pasar de la formación a la inserción en las casas conventuales, con mucha satisfacción, y voy familiarizándome también con los seglares, que colaboran con los hermanos y se me van haciendo muy queridos.

Noto que las fraternidades van tomando robustez, y se van haciendo un cuerpo más vivo desde la perspectiva de la misión: “ad intra”, vida fraterno-testimonial, y “ad extra”, atención ministerial en sentido amplio (caridad, evangelización y liturgia). No se discuten, y se cuidan, elementos esenciales de nuestra forma de vida como la oración comunitaria, el diálogo, el trabajo y un respeto esencial por el camino que cada uno de los hermanos va haciendo. Las relaciones son la piedra de toque de nuestra forma de vida, y sin embargo, encuentro entre los hermanos una disponibilidad preciosa para regenerarlas; he repetido en todas las casas, no habrá relaciones interpersonales maduras, si no dejamos que el Espíritu Santo nos modele, nos vaya rehaciendo de nuevo el corazón, tornándolo más humano, más dócil, más creyente, esto requiere tiempos de escucha y acogida largos, primero del Señor, y luego de los demás, y de uno mismo.

La formación personal y comunitaria es esencial para avanzar, no podremos dialogar con el mundo de hoy si no estamos en proceso de formación vital y permanente, por dentro y por fuera; nuestra pastoral vocacional, bien cuidada por cierto, necesita lenguajes “viejos y nuevos”, los de nuestra tradición cristiana vertidos en la horma de la vida franciscana, y las categorías culturales que manejan los jóvenes de hoy, en las que hemos de poder introducir las preguntas esenciales… ¿Señor quién eres Tú, quién soy yo?...

Quiero resaltar con alegría y gratitud, la labor caritativo-social que se lleva en todas nuestras casas, pero de modo particular en Corozal y en el Hno. Francisco de Medellín. Conozco el trabajo, la entrega y la abnegación de las fraternidades, porque los responsables de los proyectos están verdaderamente apoyados por sus fraternidades y en comunión con la Provincia. La Provincia realiza con vosotros esta dimensión esencial de la evangelización y la humanización de la vida de los pueblos y las comunidades.

Animo a que sigan cuidando las celebraciones litúrgicas con el canto, la creatividad y la participación de todos, “la belleza salvará al mundo”… no conviene que lo olvidemos, ¡Cristo el Señor, el crucificado, el Resucitado es bello!, “es el más bello de los hombres “ (Sal 45, 3).

Es precioso sentirse hermano entre hermanos, esa es nuestra vocación con la que estamos llamados a evangelizar, esa ha sido mi experiencia en este mes de convivencia con los hermanos de la Custodia en sus fraternidades. Agradezco todos los gestos de aprecio, de fraternidad y de confianza que he recibido por parte de los hermanos, y de algunos seglares que conozco y estimo: Consuelito de Corozal, doña Marta del Hno. Francisco, Cristian que arreglar los computadores en S. Antonio de Bogotá, la señora de la sastrería del Kolbe en Medellín… ¡gracias por vuestra amabilidad y ayuda, con vuestra colaboración me lo hacéis más facil!

Os deseo a todos, que el camino cuaresmal sea fecundo en la renovación de nuestra vida y vocación bautismal, como nos invita el Papa en su mensaje, y que la Pascua ha reflorecer nuestros desiertos.

¡Que Dios les bendiga hermanos, y les dé la paz!

Joaquín Agesta.
Hno. Provincial